Todo el mundo debería saber que hace falta pararse. Puedo entender que haya gente que no le guste estar en un bar o un restaurante sin compañía pero, inténtelo y verán que observando se aprende más de lo que pensaban.
Me gusta ese momento en el que voy a una cafetería y pido un vino o un café y, yo sola, paso un rato con mi libro.
Ese momento se suele prolongar y, no sólo porque la lectura sea interesante, si no porque me encanta ver a un grupo de amigas que pasa riéndose, una anciana paseando con su hija del brazo (quizá no lo es, pero me gusta pensar que sí), una pareja de novios que sonríe sin cesar, una familia con niños pequeños, o uno de esas parejas de ancianos que me siguen emocionando porque, después de tantos años, siguen yendo de la mano.
En esos momentos en los que disfruto de un buen vino, siento que no necesito palomitas para ver una buena trama, porque la mejor está en la calle.



